Un mes antes de la
mudanza de Laura
- ¡Hola,
cariño!
- Hola,
preciosa.
Hacía
solo un segundo que le había dado al botón de videollamada para
hablar con Sele, ya que hacía mucho que no hablábamos y aproveché
que Cristian, mi novio, no estaba en casa.
- ¿Cómo
estas?
- Bien,
¿y tú?
- Perfectamente.
Dentro de una semana Jorge y yo hacemos dos años de novios –
comunicó Sele emocionada
- ¡Qué
bien! Dentro de dos años más, quiero una invitación a la boda –
las dos reímos
- Tranquila,
serás la dama de honor – me guiñó un ojo
Abrí la
boca para decir algo, pero oí la puerta de entrada abrirse y
cerrarse: Cristian había llegado a casa.
- ¡Mierda!
- ¿Pero
qué pasa?
- Cristian.
- Vaya...
- Te
tengo que dejar. Te enviaré un mensaje luego, ¿vale preciosa?
- De
acuerdo preciosísima. Chao.
- Chao.
Cerré
la pantalla del ordenador a la vez que se abría la puerta de la
habitación mostrando a un muchacho alto, muy corpulento, con el pelo
castaño rapado y, al parecer, de mal humor.
- ¿Con
quién hablabas?
- Con
Selena.
- No
me mientas. Seguro que estabas hablando con tu amante.
- No,
ya te he dicho que estaba hablando con Selena. Y no tengo ningún
amante.
- No
te creo – sin que me diera cuenta, ya me tenía fuertemente
agarrado del brazo, a pocos centímetros de su cara de mosqueo -.
¿Con quién hablabas?
- ¡Ya
te lo he dicho! ¡Estaba hablando con Selena!
- ¡A
mí no me levantes la voz! - su agarre a mi brazo era cada vez más
fuerte, haciendo que me doliera más y más, además de que estaba
apretando justo en el sitio donde me dejó un moratón el otro día
- ¡Dime ya con quién hablabas! ¡Y no me digas que con Selena,
porque no te creo!
- ¡Con
Se...!
- ¡Mentirosa!
- gritó fuertemente a la vez que me daba una bofetada en la
mejilla, tirándome hacia la cama - ¡DIME QUIÉN ES ESE!
- ¡No
hay ningún “ese”! - una lágrima se asomaba por mi dolorida
mejilla. La aparté inmediatamente. No me había visto llorar nunca,
y ese no era el momento - ¿Por qué te crees que te engañaría?
- ¡PORQUE
ERES UNA PUTA QUE SE ACUESTA CON TODOS!
Me cogió
de la pierna y me arrastró hasta el suelo, frío y duro. Me dio una
patada en las costillas, seguida por un alarido mío. Con las fuerzas
que me quedaban pude gritarle:
- ¡No
soy una puta! ¡Sabes que te quiero a ti y solo a ti!
- ¡Pues
no se nota! ¿A dónde vas cada mañana?
- ¡A
trabajar, algo que tú deberías hacer para que no nos deshaucien!
- ¡Mientes!
- otra patada en las costillas - ¡Seguro que te quedas ahí hasta
que me voy después de acompañarte y te vas con otro! ¿Pues sabes
qué? ¡Eres mía! ¡Mía y de madie más! ¡A ver si te cabe en la
cabeza!
- ¡Eso
no tiene sentido!
- ¿Que
no? ¡Sí que lo tiene, porque es lo que haces! Sucia rata... Me voy
al bar. Cuando vuelva, quiero la cena hecha y que dejes de replicar.
Me dio
otra patada más y se fue por la puerta. En cuanto oí el portazo, me
encogí en el suelo y dejé que los sollozos salieran, hasta no poder
más.
No lo
entendía; cuando empecé el último año de facultad y le conocí
parecía muy buena persona, pero ahora es un monstruo. Ya era la
cuarta vez que me mudaba éste año y era la cuarta que me encontraba
y se quedaba conmigo. Era una pesadilla.
Una hora
después, me levanté como pude, sequé mis lágrimas y fui a por una
maleta. La llené con media despensa, mi portátil, mi cartera, el
móvil, un poco de ropa, zapatos y maquillaje suficiente para taparme
los moratones. La cerré y salí corriendo antes de que Cristian
volviera.
Divagué
por la ciudad durante horas, o minutos. Había perdido la noción del
tiempo. Había encontrado un banco abandonado que estaba abierto para
poder dormir durante las próximas semanas, otra vez. Le pregunté al
vagabundo que estaba allí si podía dormir allí, a lo que él
aceptó. Me fui a una esquina, extendí una manta que cogí en el
suelo y doblé una chaqueta para utilizarla de almohada. Posé la
cabeza en ésta y me dormí entre sollozo y sollozo; mañana
reinventaría mi vida, otra vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario