Me desperté con la almohada llena de babas; sabía que no tenía que dormir con la boca abierta.
Fui a la habitación y vi a Sele durmiendo profundamente en la cama. Qué mona. Me dirigí a la cocina para empezar a preparar tortitas para todos. Ya de paso, miré la hora: las nueve y media de la mañana. Era la hora perfecta para tener todas las tortitas hechas cuando todos se levantasen.
Cogí un bol, puse los ingredientes y los fui mezclando hasta hacer la masa. Poco a poco y con la ayuda de un cazo, puse la masa en una sartén para que se fueran haciendo.
Cuando terminé miré otra vez el reloj: las once. Hora perfecta para levantar a todos.
Fui primero a por Sele con una cazuela y una cuchara de madera. Me puse a diez centímetros de su oreja y procedí a despertarla.
- ¡Desperta! - grité mientras golpeaba la cazuela con la cuchara - ¡Dormilona! - Al instante, mi amiga se despertó sobresaltada, a lo que paré de hacer ruido - Buenos días. Ya es hora de levantarse, he hecho tortitas.
Cogí un bol, puse los ingredientes y los fui mezclando hasta hacer la masa. Poco a poco y con la ayuda de un cazo, puse la masa en una sartén para que se fueran haciendo.
Cuando terminé miré otra vez el reloj: las once. Hora perfecta para levantar a todos.
Fui primero a por Sele con una cazuela y una cuchara de madera. Me puse a diez centímetros de su oreja y procedí a despertarla.
- ¡Desperta! - grité mientras golpeaba la cazuela con la cuchara - ¡Dormilona! - Al instante, mi amiga se despertó sobresaltada, a lo que paré de hacer ruido - Buenos días. Ya es hora de levantarse, he hecho tortitas.
- ¿Tortitas? - preguntó mirándome con los ojos como platos
- Síp, tortitas. Pero - le agarré del brazo antes de que fuese a la cocina y arrasase con todo - debemos despertar a los chicos.
Una sonrisa maléfica surgió por nuestra cara y fuimos a coger otra cazuela y otra cuchara. Subimos y cogí la llave escondida bajo el felpudo. Abrí con cuidado y entramos sin hacer el más mínimo ruido. Fuimos poco a poco abriendo las puertas de las habitaciones para proceder a despertarlos desde el comedor.
Gritamos y golpeamos los cacharros lo más ruidosamente posible, consiguiendo nustro objetivo: despertarlos a todos y que fueran a por nosotras. Rápidamente, Rubén me cogió por la cintura y me elevó en el aire. Fue caminando hasta el balcón, pero se paró en seco en cuanto grité "¡Hay tortitas!".
Fuimos los cinco a mi casa, todos en pijama, y el resto se sentó mientras yo traía las tortitas. En la mesa habían muchas tazas, café, cacao en polvo, leche azúcar, y muchas cosas más.
Nos lo estabamos pasando genial; reíamos, explicabamos lo que nos ha pasado todo éste tiempo, contabamos chistes... Todos estabamos felices, por una vez.
No sé cuánto tiempo llevaba estando triste, encerrándome en mí misma y sin pedir ayuda, refugiándome en casa, sin salir, sin que me dé el sol casi...
Ahora tenía alguien que me quería de verdad, no alguien despreciable como mi ex, y tenía a mis amigos, que, aunque no me lo dijesen, sé que siempre van a estar ahí, para no dejarme caer, o ayudarme a levantarme.
Por fin, después de bastante tiempo, era feliz, y eso me gustaba.
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