domingo, 16 de agosto de 2015

CAPÍTULO 1 | La mudanza

- ¡Cuidado con esa caja, lleva algo...! Da igual.
- ¿Decías algo?
- Ya nada. ¿Necesitas ayuda con el sofá?
- Vale, no vendrían mal un par de manos más.

Sí, me estaba mudando. Había terminado ya la escuela y estábamos amueblando el piso nuevo David, mi compañero de trabajo, amigo y ahora mi ayudante de mudanza, y yo. Eran las once de la mañana de mitades de julio, ya os podéis imaginar cómo era de caluroso el ambiente. Por suerte, solo nos quedaba el sofá para dejar en el piso, y ya podríamos descansar. Lo subimos por las escaleras y, en cuanto sus patas tocaron el suelo de madera del piso, nos sentamos y pusimos el aire acondicionado. Ya llevábamos diez minutos en silencio cuando David lo rompió.

- Oye, Lau...
- Dime.
- Quería pedirte algo desde hace mucho tiempo... - me miró a los ojos y se enderezó, haciendo yo lo mismo
- Me estás preocupando - le miré con recelo
- ¿Te gustaría... Abrir la ventana, que con el aire no es suficiente?
- ¡Estúpido!

Y así era David. Aprovechaba cada momento de distracción para gastarme una broma. Es un payaso, pero le quiero. Como amigo, quiero decir. Además, tiene novia, y con razón: su cuerpo se asimila al de un socorrista de la playa, además de tener un pelazo color carbón que se echaba hacia atrás cada dos por tres con los dedos, ya que ese flequillo le tapaba los ojos de color azul eléctrico.

- Ahora mismo te vas de ésta casa - sentencié -. Por estúpido.
- ¿Me estás echando de la casa que yo te ayudé a amueblar? - replicó poniendo más énfasis en el "yo"
- Síp. Fuera.

Le empujé hacía la puerta y se la cerré en las narices, oyendo seguidamente un grito de dolor, junto con una risa por mi parte. Le envié un whatsapp diciendo "hasta mañana" y me fui directa a mi habitación, más concretamente a mi armario, para ponerme ropa más cómoda: una camiseta de tirantes, un pantalón corto y nada en los pies. Al guardar los zapatos que me quité en el armario, me miré en el espejo que había dentro. Vi a una chica de metro setenta, delgada, con el pelo de color violeta intenso en las raíces y lila claro en las puntas, juntándose en un perfecto degradado, y unos ojos marrones. Así era yo, Laura Herrero. Aunque prefiero que me llamen Lau, para ahorrar saliva.

Me senté en el sofá y me puse la televisión hasta quedarme profundamente dormida. Ya era bienvenida a mi nueva vida.

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