Un mes después
Por fin se había subido el vídeo de “preguntas y respuestas casi serias”. Claro está, el móvil no me paraba de pitar, ya que millones de personas me hablaban por line a la vez. Lo puse en silencio, no sin antes mirar la última persona que me escribió. Leí su historia y, la verdad, me pareció bastante graciosa, así que le envié un mensaje diciendo"¡Enhorabuena! Eres la ganadora de una videollamada conmigo. ¿Cuándo te gustaría que te llamase?", a lo que, minutos después, ella respondió "Ahora mismo, por ejemplo". Y eso hice. Fui al ordenador, encendí line y me puse los cascos. Le di al icono de la videollamada y en la pantalla me apareció una muchacha preciosa: labios finos pero carnosos, nariz respingona, unos ojos marrones preciosos... Su pelo era de un color lila claro, liso y precioso.
De repente esa chica soltó tal berrido que me tuve que quitar los cascos. Luego me los puse y pudimos tener una conversación como dos personas civilizadas. Su voz era suave y dulce, como la de la vecina de abajo.
Llevamos un rato hablando cuando yo mismo pegué un grito. Curiosamente, ella me pidió que lo hiciera otra vez, cosa que me extrañó, pero que hice de todas formas. Instantáneamente la llamada pasó de su ordenador a su móvil, y salió de su casa. Llamó al timbre del vecino de arriba, a la vez que sonaba el mío. Fui a contestar y ahí estaba ella. Normal que su voz fuera como la de la vecina de abajo, era ella...
Al día siguiente
No podía quitarme a Lau de la cabeza. Estaba todo el día allí metida, con su sonrisa perfecta, sus ojos brillando... No, Rubén, no. Quítate eso de la cabeza. Está claro que aunque seas Youtuber ella no se va a fijar en ti. Decidí hacer un vídeo para quitármela de la cabeza, pero estaba tan embobado que dejé caer el trípode de la cámara y se rompió. Inteligencia al poder.
Llamé a Miguel y luego a Alex para que me ayudaran, pero ninguno de los dos podía, así que no me quedaba otra opción: preguntárselo a Lau. Sí, la que me tenía que quitar de la cabeza. Como que eso es una misión imposible, eché de perdidos al río y se lo pedí.
Cuando terminamos le enseñé la casa y ella propuso de salir a dar una vuelta, así que acepté.
Nos lo pasamos muy bien, menos
cuando fuimos a ver la película de miedo. Allí me cagué. Fuimos cada uno a su casa a las doce de la noche. Yo me quedé jugando un rato, hasta que oí un gito estremecedor que provenía de... ¿el piso de abajo?
Fui corriendo y vi cómo las llaves de la casa de Lau estaban puestas. ¿Y si han entrado unos ladrones y la han descubierto? Rápidamente giré la llave y fui a su habitación tan rápido como pude. Alí estaba ella. No había ningún ladrón, solo ella, gritando en sueños. Ya decía yo que era una mala idea haber visto aquella película de miedo.
Me acerqué a ella y la zarandeé ligeramente, hasta que despertó sobresaltada.
Charlamos un momento y le dije que me quedaría con ella, al menos hasta que se durmiese, lo cual hizo pocos minutos después de reincorporarse en la cama.
Salí de su habitación y di una vuelta por la casa, para ver cómo era. Era igualita a la mía, pero el color de la pared no era rojo y blanco, como la mía, sino blanco y morado. Los muebles eran completamente diferentes: los míos son de un color distinto cada uno, pero los suyos eran una mezcla entre blanco y negro en perfecta armonía.
Lo que más me gustó fue su mueble de la televisión, con un montón de estantes debajo con una consola en cada uno, y encima una hilera interminable de películas y videojuegos.
Volví a entrar en su habitación con la luz del pasillo encendida, para poder ver su cara. Me acerqué hasta quedar a escasos centímetros, y pude observar cómo sonreía ligeramente de repente.
- Espero que no me escuches... - susurré -, pero creo que me gustas. Nos conocemos desde hace poco, pero he caído en tus redes desde el primer día en que te vi. Voy a hacer lo posible para que tu sientas lo mismo por mí - me acerqué lentamente y posé mis labios en su mejilla.
Era una sensación extraña. Notaba calidez, pero hacía frío. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo; no quería separar mis labios de su mejilla, pero debía hacerlo. Me levanté y fui a apagar la luz del pasillo, para no malgastar luz. en cuanto mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, me senté en la silla, mirándola, hasta que los párpados me pesaban tanto que no los podía mantener abiertos, y me quedé profundamente dormido.
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